Bienvenido al mundo (Privado)

Y allí estaba de nuevo en el hospital, uno de Múnich, bien oculto para que nadie la viera. No había pisado Italia desde el embarazo, y tampoco podía comunicarse mucho con sus hermanos para que su mafia no comenzara a sospechar. Se habían quedado con la excusa de que otra mafia la habían raptado y que por ende se repartían su cargo entre Dino y Lovino, ni quería imaginar en qué diría a su regreso de la "liberación", tenía que inventarse algo bueno...

Además de que no podría volver a "trabajar" hasta terminar su período de lactancia, sus pechos habían crecido y dolería muchísimo más el vendarlos. Se había dejado crecer el pelo, ahora le llegaba a la cintura, total, no tenía nada que perder estando allí recluída. Todavía faltaban muchas cosas por hacer antes de recuperar su vida habitual.

Suspiró en un intento por calmarse, de nada servía pensar en eso ahora, sólo se ganaba un dolor de cabeza. Miró al pequeño bebé que yacía en sus brazos, alimentándose de uno de sus pechos.

Cuanto se arrepentía de haber pensado meses atrás en abortarlo, era la cosita más linda que había visto, y con el simple hecho de mirarlo sentía que sus problemas se iban y podía volver a sonreír.

Había nacido prematuro, demasiado, y se asustó mucho por ello, pero afortunadamente el pequeño estaba bien. La que había salido afectada era ella, pero últimamente estaba bastante estable.

Acarició una mejilla de su bebé, le encantaba esa piel tan suave y blanca como la suya, tenía su mismo color de ojos y cabello. Era simplemente precioso.

-------------------------
Sí, muy mala idea para abrir un tema justo ahora, pero no me resistí, era esto o el colapso por estrés.

Soltó un profundo suspiro, mientras que se aferraba con mayor fuerza a los peluches, dulces y globos con helio que traía entre sus brazos. Claro está, más de la mitad de aquellas "chucherías" eran para su pequeño, Dominique (la italiana decidió que lo llamaría así sin haberle consultado antes, aunque no es como si dijera que el nombre le quedaba mal), a quien a duras penas y había podido ver. Si no era porque las enfermeras se lo quitaban a cada rato para revisarlo, le salía un trabajo de improvisto y tenía que ir a hacer un montón de papeleo que terminaba dejándolo agotado.

Pero en fin. Con suavidad, abrió la puerta del cuarto de la italiana, sin evitar sonreír ampliamente al ver la escena que tenía al frente. Él siempre había deseado ser padre, y aunque antes se había imaginado a su hermana acostada donde ahora se encontraba Cecilia, debía de admitir que la pequeña se veía mucho mejor.

De forma algo tímida y temerosa, se acercó hacia dónde estaban ellos. No era que se llevaran muy bien, a decir verdad. Había mantenido sus distancias, como lo había prometido, y sólo iba a visitarla cuando se trataban de exámenes de rutina, o incluso cuando fue el parto y ella casi muere.

- L-les... les traje regalos - murmuró, dejando los peluches y los dulces sobre un sofá, con extremo cuidado, para después amarrar los globos en una de las patas de una silla que había por allí.

Se quedó mirando un buen rato a su pequeño, con unas ansias enormes por cargarlo y abrazarlo. Pero conociendo a la otra, no le iba a dejar. Suspiró pesadamente.

Parpadeó más que sorprendido al escucharla. ¿De verdad le dejaría cargar al niño? Eso no era algo común en ella, generalmente le hubiera mirado de la peor manera y le hubiera gritado hasta que se fuera del cuarto. Sin embargo no quiso desperdiciar la oportunidad, y con toda la delicadeza de la que era posible, tomó al pequeño en brazos.

Era diminuto. Parecía un muñeco o algo por el estilo, sólo que respiraba, su corazón latía como el aleteo de un colibrí y sus ojos (del mismo color que la madre) lo miraban fijamente, como si le hubiera estado extrañando. El alemán no pudo evitar sentir como algo se apretujaba dentro de él. Era su hijo, su pequeño. ¿Cómo era posible que alguien como él hubiera podido crear algo tan perfecto y lindo como Dominique? Ahora entendía porqué Louise miraba de aquella forma a Skyler, después de todo, los dos habían cometido muchos crímenes en el pasado.

Sonrió ligeramente, para después comenzar a arrullar al pequeño. Lo recargó con cuidado en su hombro, justo como las enfermeras le habían enseñado, y comenzó a darle suaves palmaditas en la espalda para que sacara el aire y no vomitara la leche. Sintió al niño acurrucarse contra él, y eso sólo le hizo sonreír de una manera estúpida y cariñosa, como si se tratara de un verdadero padre.

Rió de lo más divertido cuando el niño comenzó a babearlo y a hacer burbujas con su saliva. Según su hermana, él también hacia ese tipo de cosas cuando era pequeño. ¿Acaso el niño saldría como él? ¿O sería igual que su madre? Esperaba y que no fuera igual de gruñón que ella, aunque debía de admitir que eso era una de las cosas que más le gustaba de la italiana.

Y hablando de ella...

Se giró apenas para verle. Estaba comiendo uno de los tantos chocolates que él le había llevado. No pudo evitar preocuparse. Estaba más pálida y delgada que de costumbre, ¿acaso serían efectos secundarios del embarazo? Realmente no sabía mucho de esas cosas.

- Este... - murmuró, sin dejar de arrullar al niño -. ¿Ha-has estado comiendo bien? - preguntó, intentando cubrir su enorme preocupación un poco.

Se asustó un poco al ver que se alteraba de aquella manera. De forma nerviosa, sujetó firmemente al bebé con una mano, mientras que con la otra hacía gestos para intentar calmar a la italiana.

- ¡N-no te estaba llamando gorda! - dijo, ignorando que ella se había referido a sí misma como hombre. Ya estaba más que acostumbrado a eso -. Sólo lo dije porque te veo más delgada y pálida que de costumbré, y me preocupé - admitió, mostrándose como rara vez: serio, preocupado y sin ninguna pizca de su estupidez de siempre. Tal vez el hecho de que ahora era padre le había ayudado a madurar drásticamente.

Soltó un suspiro, y siguió arrullando al pequeño, quien estaba de lo más entretenido abriendo y cerrando sus manitas.

- ¿Has estado tomando tus medicinas? - le preguntó a la otra, mientras que sonreía de una forma más amigable y tranquila.

No pudo evitar hacer una pequeña mueca de disgusto al escucharla quejarse por los medicamentos. Infló una mejilla, para luego mirar a su pequeño y notar el pequeño berrinche que estaba haciendo al no poder alcanzar los globos. Con cuidado, lo sujetó para poder alzarlo y que pudiese tomar el globo que quería. El niño rió, encantado, y él no pudo evitar sentirse feliz por haber hecho que el niño riera.

- Es obvio que los doctores te obliguen a tomarte las medicinas - comenzó a decir, procurando no soltar al niño y que tampoco le pasara algo malo -. Es por tu bien, ¿sabes? si dejas de tomarlas tendrás otra recaída, y no podrás ver al niño hasta que te recuperes - la volteó a ver por unos instantes, con un rostro serio -. Dominique se pondrá muy triste si no está a tu lado.

Y después se quedó en silencio. No tenía más cosas que agregar, y esperaba que la italiana comprendiera de una vez por todas la gravedad del asunto. Regresó su vista al niño, a quien volvió a acunar entre sus brazos. Para evitar que volviera a hacer berrinche, tomó uno de los globos y se lo acercó, esperando que eso lo tuviera entretenido un momento.