Mellem tømmermænd og strømafbrydelser (Privado)

Había estado durmiendo profundamente, lo cual, era algo extraño, puesto que siempre se levantaba a las 6:00 de la mañana para comenzar a limpiar y terminar sus labores como la capital de Alemania que era. Pero ese día se sentía realmente cansada, como si no hubiese dormido nada en semanas.

Se negaba a despertar, pero no pudo evitar gruñir un poco cuando sintió algo moviéndose a su lado. ¿Acaso Gilbert o Dustin se habrían vuelto a meter a su cama? Frunció el ceño, y con un suspiro se dignó a abrir los ojos. Fue allí cuando un ligero pero punzante dolor de cabeza comenzó a atacarle haciendo que soltara otro gruñido, esta vez de dolor. Recordaba vagamente que había estado bebiendo anoche, pero no recordaba nada después de que ese tonto danés llegara y se sentara en su mesa.

Giró en su lugar para poder mirar el reloj y saber la hora que era, sin embargo, tal fue su sorpresa al encontrarse con el danés...

Sus ojos se abrieron desmesuradamente por la sorpresa, y su primera reacción fue soltar un grito. Retrocedió hasta caer de espaldas al suelo, aferrándose a las sábanas para no llevarse un golpe tan duro contra este. Se quejó un poco, mientras que se sobaba la nuca y trataba torpemente de ponerse de pie, sólo para mirar al otro con total sorpresa y confusión.

- ¿Qué... haces aquí? - balbuceó con la voz repentinamente ronca. Llevó una de sus manos a su garganta por acto reflejo, y fue hasta ese momento que notó su boca seca.

¿Qué demonios había pasado anoche?

Se sonrojó levemente ante el comentario del otro. No era común que ella se pasara de copas, ¡casi nunca se emborrachaba, y menos en presencia de un tipo al que literalmente odiaba! Frunció el ceño, ignorando el dolor de cabeza. Una vez que logró mantenerse de pie sin tambalearse un poco, apuntó la puerta de su cuarto.

- Bien, cómo sea, ya te puedes ir - gruñó.

Lo único que quería ahora es desayunar algo, tomar una buena ducha caliente y tomarse unas pastillas para el dolor de cabeza. Sin el danés cerca.

Oh, no, ¡nonononononononono!

- ¿Q-quéeeeee? - soltó, sin poder contenerse. ¡¿Estaba de broma?! ¡¿Cómo demonios pretendía bañarse en su casa?! ¡Ella ya no lo quería ahí ni un segundo más!

El sonrojó que adornó sus mejillas fue intenso, y por culpa de la sorpresa, su brazo que antes había estado señalando la puerta de salida cayó a su lado. Se quedó así por unos instantes, totalmente en shock, hasta que logró procesar todo lo que el danés le había dicho e, ignorando el dolor de cabeza, soltó un grito lleno de frustración.

¡Bien! ¡¿Quería jugar?! ¡Pues jugaría! ¡Ya estaba harta! Frunció el ceño, y empujándole para poder salir también del cuarto, se encaminó hacia las escaleras, dispuesta a bajar hacia la cocina para prepararse algo de desayunar. Antes de poner un pie en el primer escalón, apuntó la puerta frente a su habitación con cara de fastidio.

- Ese es el baño, si quieres una toalla, toma la que quieras - gruñó, y sin esperar respuesta alguna, continuó bajando los escalones. Claro está, mientras que lo hacía, una idea algo perversa cruzó por su cabeza.

Que el juego comience.

Respiró hondo varias veces al escuchar lo que el otro le había gritado. Vamos Lou, se decía a sí misma, sólo quiere provocarte. Respira hondo y no caigas tan bajo como él. Fue una suerte que estuviesen en su casa, y no en aquella mansión en la que de vez en cuando solía quedarse junto con el resto de sus hermanos. Llegó hasta la cocina, dispuesta a poner su plan en marcha de una vez por todas.

Ignorando (o bueno, tratando de) que el pelirrojo se estaba bañando en su baño, comenzó con todos sus labores matutinos. Recogió el periódico y el correo, les dio de comer a sus mascotas, preparó el desayuno y acomodó un par de cosas en tiempo récord. Después, subió de nuevo hasta su habitación, dónde se cambió de ropa y se puso una más cómoda, puesto que después de desayunar planeaba limpiar un poco e ir a entrenar.

Entró como si nada al baño, aún cuando el danés estaba en la tina, sólo para mojarse un poco el rostro y lavarse los dientes. No lo mires, no lo mires, no lo mires... Sí bajaba la guardia, echaría a perder su plan. Sólo tenía que fingir que el nórdico no existía y se iría aburrido hacia su casa.

O bueno, eso esperaba.

Se sobresaltó al escucharle, y más aún cuando le abrazó por la cintura y la atrajo hacía él.

Sus mejillas se encendieron ante la cercanía de los cuerpos. La tela de su playera se mojaba en su espalda por culpa del agua que escurría por el pecho del danés. Su pulso se aceleró en cuanto se dio cuenta que él simplemente estaba usando una toalla en su cintura, lo cual indicaba que prácticamente estaba desnudo.

Y sus cuerpos estaban tan pegados....

Ignorando los sonoros latidos de su corazón, el ardor en sus mejillas y el hecho de que le había llamado linda, se zafó de su agarre y caminó lo más tranquilamente posible hacia la puerta de salida, queriendo alejarse lo más pronto posible de allí. Su mente, en contra de toda su voluntad, comenzó a pensar en cosas nada apropiadas, eso no era bueno. Para nada.

Debía de huir cuanto antes.

Estaba por tomar el pomo de la puerta y poder salir de ese lugar, sin embargo, las manos del otro detuvieron su andar.

Y de una manera muy peculiar, la verdad.

Soltó un chillido, tratando de ocultar el gemido que se le escapó de los labios ante ese contacto. Su rostro pasó por las diferentes tonalidades de rojo habidas y por haber, y su corazón, que momentos antes palpitaba rápidamente, ahora pareciera que se le quería salir del pecho. ¿Por qué demonios se sentía así? Ya estaba acostumbrada a que la gente le manoseara de aquella manera, pero el tono "seductor" que el danés había empleado... simplemente le hizo estremecer.

- ¡¡S-Suéltame, saukerl!! - gritó con fuerza, mientras que trataba de empujarlo con sus codos y se removía inquieta, tratando de soltarse. Sin embargo, con cada movimiento que hacía, y con las manos mojadas del otro, su cuerpo reaccionó de manera involuntaria.

Se cubrió el rostro con las manos, mientras que temblaba por culpa de la vergüenza.

- S-suéltame... - pidió entre jadeos ahogados, sin dejar de cubrirse la boca para evitar que los gemidos que comenzaban a salir de su boca fuesen escuchados por el otro.

Comenzaba a sentir calor. Tanto por la cercanía del cuerpo del otro como por las acciones que él hacía sobre sus pechos. Cerró los ojos con fuerza, sin dejar de temblar, y maldiciendo el hecho de ser "nueva" en todo ese tipo de cosas. Estaba asustada y totalmente nerviosa. No tenía ni la más remota idea de qué hacer, y el sólo hecho de pensar que el pelirrojo era quien le estaba haciendo ese tipo de cosas, le hacía sentirse molesta e impotente consigo misma.

Sabiendo que él no la escucharía, comenzó a sollozar, sin dejar de temblar, totalmente aterrada.

Tan pronto el otro la soltó, se abrazó a sí misma, como si eso pudiese hacer que el otro dejase de mirarla.

Trató de parar su llanto, sin embargo por más que intentaba, no podía. Estaba asustada, y el solo hecho de pensar que el danés se pudo haber propasando con ella le hacía sentirse muy extraña. Aún era virgen, y lo seguiría siendo hasta encontrar al hombre ideal. Y estaba cien por ciento segura de que ese hombre no era el pelirrojo.

- E-eres un i-imbécil... - sollozó, sin voltear a verle. Lo único que hizo fue salir rápidamente del baño para luego caminar apresurada hasta su habitación y encerrarse en esta.

Se apoyó en la puerta, para luego resbalarse y terminar sentada en el suelo, con la espalda pegada a la madera. Siguió llorando en silencio, sin dejar de cubrirse los pechos con sus brazos, queriendo que aquella sensación de placer que hacía sentido momentos atrás desapareciera de una buena vez.

Ya había dejado de llorar, sólo que ahora se encontraba hipando un poco. Gott, de verdad debía de verse muy patética, además de que había actuado de una manera muy infantil frente al otro (aunque bueno, dudaba que el otro fuese muy "maduro").

Lo escuchó en silencio, y sin saber porqué, abrió lentamente la puerta, sólo para asomarse un poco por la ranura que había hecho entre el marco y la madera.

- I-idiota - le llamó, sin verle. Sus mejillas se colorearon un poco, pero culpó al llanto por ello -. Ha-hay huevos revueltos en la estufa por si... quieres... comer algo antes de irte... - balbuceó, algo apenada.

Vale, podía odiarlo. Sobre todo por lo que acababa de hacerle. Pero estaba en su sangre ser hospitalaria, aún si este se trataba de algún ruso o danés violador. Se quedó allí, apoyada contra el marco de la puerta, aún sin atreverse a mirarle.

Antes de poder decirle un desesperado "no", el otro ya había desaparecido de su vista. Soltó unas pequeñas maldiciones en voz baja, mientras que se quedaba quieta en su lugar. ¿Aceptaba o no? Sería bastante incómodo estar con él después de lo que pasó en el baño. Sin embargo tampoco sería nada educado el dejarle comiendo solo.

Maldijo a Budapest y a Viena por educarla bien.

Lentamente se levantó de su lugar, y antes de salir de su habitación, optó por cambiarse su ropa húmeda. Se puso una simple camisa negra y dejó la otra sobre una silla, esperando a que se secara. Después, salió del cuarto y se encaminó hacia las escaleras.

Una vez que llegó a la cocina, miró hacia el suelo, incapaz de voltear a ver al pelirrojo. Sus mejillas estaban completamente rojas, y su cuerpo aún se estremecía ante los recuerdos de lo que había pasado hace unos momentos.

Se sorprendió un poco al notar que el otro había servido un plato para ella, al igual que un vaso de jugo. Tomó asiento, en total silencio, para luego comenzar a comer.

Aquello le resultaba totalmente incómodo a ella, puesto que su mente aún seguía torturándola con los recuerdos. Se llevó el vaso de jugo a los labios, queriendo que el sabor dulzón del agua le quitara aquella sensación de malestar del estómago. Sin embargo, tan pronto escuchó la pregunta del otro, escupió sin querer el jugo que tenía en la boca. Avergonzada por ello, se limpió la boca con una servilleta, mientras que su rostro enrojecía como nunca.

- ... s-sí - admitió en un pequeño susurro.

Fulminó con la mirada al otro ante sus comentarios, que, si bien no eran burlones o algo por el estilo, le hacían sentirse como un "bicho raro".

- ¿Q-qué tiene de m-malo que siga s-siéndolo? - balbuceó, sin entender porque le contaba todo aquello -. Sólo lo haré c-con aquel hombre al que considere a-adecuado, no soy tan estúpida como para hacerlo con cualquiera - farfulló, bajando la mirada y comenzando a jugar con su comida.

Por alguna extraña razón, recordó los comentarios de los prusianos, quienes le decían que aquello ya era una cosa anticuada y que debía de "vivir la vida". Sin embargo, a ella no le agradaba la idea de hacerlo con alguien que la dejaría al día siguiente. La alemana quería hacerlo con una persona que correspondiese sus sentimientos, y que siempre estuviese a su lado pasara lo que pasara... aunque eso sonase muy cliché y hasta algo estúpido.