Al sonar de las campanas [Entren los que quieran fastidiar a Bent y salir ilesos. Sólo por hoy]

Sonrió levemente cuando vio como Lou caminaba hasta el altar acompañada de Ludwing y de Maria, casi le salen lagrimitas de emoción. La pequeña Lou se casaba y eso era motivo de celebración... Aunque no pudo evitar sentirse vieja.

Se suponía que ella era mayor que Lou pero sin embargo era la alemana quien se casaba antes que ella, seguramente sería una solterona de por vida y un ligero tic adornó su rostro. Aunque este desapareció cuando sintió que le acariciaban el abrazo... Miró hacia su derecha viendo a la francesa y se alejó un poco de ella.

Vale, era su amiga pero no dejaría que la manoseasen(?). Después de todo ella sólo había venido a la boda para... evitar que Maria se cortase las venas y había traído a Françoise porque necesitaría refuerzos...

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Algo raro, lo sé(?)

Se sentía feliz de haber ayudado a Louise a relajarse, ella se había criado con ambos alemanes; se conocía de niños, por lo que no dudo en hacerlo. Cuando abrieron las puertas, se colo entre los invitados y se sentó en uno de los bancos de delante. Después de dio la vuelta para ver entrar a al novia, era momento maravilloso, aunque ella ya había asistido a muchas bodas, pero no era los mismo, una por obligación que una por amor.

Sonreía contenta por haber acudido al evento y ser testigo de el, aunque no conocía el novio, pero supuso que había tenido que pasar muchos obstáculos para llegar a casarse, por lo que tenía que ser una persona valiente y de gran corazón. Vio a Isabel, la persona que había cuidado de ella, cuando pertenecía al imperio español, la saludo y sonrío. Estaba acompañada de la francesa, supuso que en apoyo moral.

Cuando escuchó la marcha nupcial, supo que la novia al fin había llegado. Soltó un suspiro y abrió su pequeña biblia en braille para comenzar de una vez con todo eso. Carraspeó un poco, llamando la atención de todos los presentes.

- Hermanos y hermanas, hoy estamos reunidos aquí para celebrar la unión de dos personas que se aman y han decidido decir sus votos de amor frente a Dios - de fondo se escuchó un gran lamento, pero decidió ignorarlo -. Bien... - murmuró, mientras que repasaba su pequeña biblia. Aquello se le hacía muy monótono y repetido, por lo que decidió improvisar -. El amor es como un círculo, no un cuadrado ni un triángulo, porque esos tienen esquinas. En cambio esto es un círculo, sin ellas - comenzó a decir, haciendo un círculo con los dedos -. Como los anillos, los cuales indicarán que se encuentran atados el uno con el otro para el resto de sus vidas y que no podrán separarse a menos de que uno de los dos muera primero.

Soltó un suspiro y tomó la copa de vino para darle un sorbo.

- Y bien, todos sabemos que eso de enamorarse no sucede muy seguido. Lo que si sucede seguido es que obliguen a la chica o al chico a casarse, por lo tanto debo de preguntar: ¿Los dos han venido aquí por su cuenta y no bajo amenazas de los demás? - dijo, mirando a los dos... aunque en realidad se encontraba mirando hacia el otro lado (?).

Negó con la cabeza al escuchar todo lo que Angelo decía. Si bien tenían un... "punto" sus palabras, estaban totalmente fuera de contexto. ¿Qué acaso no era más sencillo leer la Biblia? Sabía de la discapacidad del otro, pero existían biblias en braille para que él las entendiera...

Miró de soslayo al danés, dándose cuenta de que se estaba aguantando para no lanzársele a golpes al otro. Soltó un suspiro, algo cansada. Estaba bien que él también se encontrara nervioso, pero no era motivo para golpear al Padre o cuanta persona se le cruzara por el camino. Sólo esperaba que la boda terminase bien.

- Sí, estoy aquí por mi cuenta - dijo, notando a través del velo que el italiano lograba guiarse por sus voces y los "miraba".

Se empinó el resto de la copa, para luego limpiarse los hilos de vino que escurrieron por la comisura de sus labios. Se golpeó un poco el pecho para sacarse el aire atorado y continuó, restandole importancia de que fuera un evento importante.

- Me alegra escuchar eso - dijo, aunque realmente ni les había prestado atención -. En fin, se supone que ahora debo de hablarles sobre el matrimonio - carraspeó -. El matrimonio es cuando dos personas que se aman deciden unirse para el resto de su vida, sin importarles lo que digan los demás. Una mujer acepta el matrimonio porque el hombre no es un imbécil incompetente y es capaz de aguantarlo por más de 24 horas seguidas y sin descanso. El hombre, por su parte, se une al matrimonio por el buen sexo y porque ha dejado embarazada a su pareja y no le queda otra opción que casarse o ser castrado con una cuchara.

Tomó algo de aire para seguir.

- El matrimonio está lleno de sentimientos hermosos como el amor, la amistad, la sinceridad, la confianza, el cariño y el respeto. Pero también está lleno de celos, odio, ganas de matar al otro, estrés y un par de idas al sofá por parte del hombre. Aún así, tiene sus momentos buenos. De vez en cuando. Una vez a la semana. Y estos por lo regular terminan en un orgasmo - suspiró y pasó las hojas de la biblia, aburrido -. Bien, me voy a saltar lo del Padre Nuestro y el Ave María, dudo que todos se quieran poner a orar con este calor - miró fijamente a los novios, recordando vagamente el lugar donde se suponía que estaban. Por suerte, le atinó -. Ustedes dos, junten sus manos y digan sus votos de amor o yo que sé - agitó una de sus manos en el aire, con gesto aburrido.

Tuvo ganas de darse una palmada en la frente cuando escuchó todo lo que decía Angelo. Que si bien no era una mentira, era poco ortodoxo para una boda. Aunque bueno, el italiano siempre había sido así de raro y de directo. Con un profundo suspiro, se giró levemente para mirar al danés; que si bien su figura se veía algo borrosa por culpa del velo, podía notar su inconfundible sonrisa socarrona, con cierto atisbo de nerviosismo. Sonrió ligeramente ante aquello. Ella era mejor que él en situaciones como esta.

Escuchó atenta todo lo que él dijo, aguantándose las risitas que querían escapar de sus labios ante sus comentarios. Cuando dijo lo de los pañales, sus mejillas se sonrojaron y sus hombros se tensaron un poco. Menos mal que estaban en una situación de "nervios", y que eso se podía disimular. Respiró hondo y se preparó para hablar cuando llegó su turno, recordando exactamente todo lo que había escrito desde la semana pasada (a diferencia del danés, ella sí era responsable con lo de sus votos).

- Ambos escogimos juntar nuestras vidas. Yo, Louise Beilschmidt, me entrego a ti, Bent Densen, sabiendo que la magia de nuestro amor es caminar juntos, en las buenas y en la prosperidad y en la adversidad. Yo quiero ser tu compañera y que tu seas mi compañero todos los días de mi vida - sonrió levemente, sonrojándose más ante la idea de que estaba diciendo todo eso frente a tantas personas. Volvió a respirar hondo y continuó -. Mi vida se ha vuelto centro de la tuya. Nuestras vidas no son nada si no están juntas; y aquí, frente a Dios, me comprometo a ser tu compañera fiel, tu amiga incondicional, y tu amante eterna. Te ayudaré cuando más lo necesites, sostendré tu mano cuando tropieces, te apoyaré sin importar el qué, te amaré con cada latido de mi corazón, y seré tu luz cuando te encuentres en la oscuridad - finalizó, dándole un ligero apretón de manos.

Apoyó su mentón en la palma de su mano, mientras que se recargaba en la pequeña mesita dónde tenía su biblia. Los escuchó... más o menos atento. Realmente se estaba aburriendo. Podría ser italiano, y además el Padre de la ceremonia, pero realmente esas cosas románticas le aburrían. Tal vez porque él nunca se había interesado en conseguir novia o algo por el estilo...

Cuando la alemana terminó, salió de sus pensamientos y carraspeó.

- Y amén se dijo - suspiró -. Gloria al Padre y al Espíritu Santo, que el Señor escuche estos votos empalagosos. Bien, continuando con esto... nah - hizo un ademán con la mano, restándole importancia al asunto -. Mejor pasemos a lo siguiente o esto se hará más tedioso. Tú - señaló a dónde creía que estaba el danés -. ¿Aceptas a Louise Beilschmidt como tu futura esposa, para protegerla de los depravados y acosadores, consentirla en todo lo que ella te ordene, ser su esclavo, dejar de mirar a otras mujeres y serle fiel hasta que la muerte, que probablemente no llegue hasta después de unos milenios más, los separe?

Asintió, algo aburrido. Luego, volteó a ver a la alemana, con una mueca de cierto fastidio. No es que le cayera mal, puesto que Berlín nunca le había hecho algo a su casa; sin embargo, era algo que llevaba en la sangre, y al igual que Lovino, le desagradaba estar en presencia de un germano.

- ¿Y tú, Louise Beilschmidt? ¿Aceptas a Bent Densen como tu futuro esposo, para apoyarlo en las buenas en las malas, en la borrachera y en sus traumas, para castrarlo si osa engañarte con alguien más, cuidarlo si está enfermo, patearlo si ha metido la pata y serle fiel hasta que la muerte, que probablemente tú le causes a él, los separe? - preguntó.

Frunció el ceño e infló una mejilla al ver la cara de sufrimiento que el otro puso cuando Angelo dijo la palabra "fidelidad". ¡¿Acaso pretendía engañarla cuando no se diera cuenta?! Lo iba a hacer sufrir esa noche, sin duda alguna... Tal vez lo dejaría sin sexo, o le escondería todas las cajetillas de cigarros que el pelirrojo tenía. Sí, eso realmente sería una tortura para él.

Cuando llegó su turno de hablar, le dedicó una mirada asesina al otro. Pero su tono de voz fue calmado y amable.

- Sí, acepto - dijo, firme y claro.

Suspiró.

- Bien, en ese caso que traigan los anillos - anunció, haciéndole señas a quien quiera que fuera la encargada de aquellas cosas para que se acercara a los novios. Quería terminar eso, rápido. O se perdería la novela -. Tú - volvió a señalar a Bent - repite después de mi: "Yo, Bent Densen, te doy este anillo como símbolo de mi amor y de mi lealtad hacia ti. Esto representará que te pertenezco y que hemos sido unidos bajo el consentimiento de Nuestro Señor" - dijo.

Y mientras que esperaba a que el otro dijera aquello, buscó a ciegas la botella de vino que se usaba para bañar las ostias de la eucaristía. Importándole poco que lo vieran o no, destapó la botella y se la empinó, puesto que había olvidado dónde dejó la copa.

Bufó cuando la llamaron y se levantó de su asiento, con los anillos en un cojincito que no sabía de dónde había sacado(?). Ni siquiera miró a su tío mientras iba hacía allá, únicamente miró a la alemana para mirarle una mirada de compasión, pobre, tendría que casarse con Bent y eso no era nada bueno para ella... Bent era sencillamente.... horrible.

Escuchó pacientemente las palabras del italiano para después oír al pelirrojo repitiéndolas; justo en el momento en el que se giró hacía ella para coger el anillo lo pateó con todas sus fuerzas en sus "partes nobles". En ese momento una gran sonrisa se instaló en su rostro para después acercarse a la alemana como si nada hubiera pasado y así proceder a darle el anillo restante a ella. Ignoró olímpicamente todas las miradas y todos los reproches que iban hacía ella por haber hecho eso, aunque tampoco fueron tantos(?), sabía a la perfección que en el fondo todos querrían haber hecho eso o algo peor... o al menos los alemanes. Esa sonrisa triunfadora no se la quitaría nadie, durante unos minutos.

Ignoró los murmullos y los gritos agonizantes del novio. Supuso que todo eso se trataba por le hecho de haberle dado el anillo a la berlinesa, puesto que... bueno, no podía ver y no se había enterado de nada.

Carraspeó para llamar la atención de las personas y proseguir con la boda. Ya faltaba poco para que fuera libre y pudiera ir a ver su novela y a comer algo de pizza.

- Bien, ahora que la novia repita estas palabras: "Yo, Louise Beilschmidt, te doy este anillo como símbolo de mi amor y de mi lealtad hacia ti. Esto representará que te pertenezco y que hemos sido unidos bajo el consentimiento de Nuestro Señor" - le dijo.

Y una vez que supuso que ella le había entregado el anillo al otro, extendió los brazos hacia la audiencia. La mejor parte -según él- había llegado.

- Si hay alguien que se oponga a esta unión, que hable ahora o calle para siempre... literalmente.

Sabía que las novias, en el día de su boda, eran todo un manojo de nervios y emociones. Tanto por el hecho de decir "acepto" como por la emoción de unirse a la persona a la que más amaban sobre la faz de la Tierra.

Pero aquello simplemente pudo con ella.

Se quedó en shock (algo que no ocurre diariamente) cuando vio a la sobrina de Bent hacerle eso y entregarle el anillo a ella como si nada hubiera pasado. Ella tomó el anillo apenas consciente, y pronto se vio arrodillándose junto al danés para ver si se encontraba bien.

Bueno, al menos tendría algo que contarle a sus hijos cuando nacieran.

Cuando escuchó a Angelo proseguir con la boda, no le quedó de otra más que tomar la mano de su moribundo prometido para ponerle el anillo en el dedo correspondiente.

- Yo, Louise Beilschmidt, te doy este anillo como símbolo de mi amor y de mi lealtad hacia ti. Esto representará que te pertenezco y que hemos sido unidos bajo el consentimiento de Nuestro Señor - y suspiró al terminar, sin dejar de hacerle mimos al otro para que se le pasara el dolor... cosa que no veía cercana.

Su cuerpo se tensó al escuchar el "hablen ahora o callen para siempre". En las películas, algo siempre sucedía cuando el padre decía aquello. Levemente asustada, volteó a ver hacia dónde estaba su familia. Estaba segura que más de uno iba a decir "yo me opongo".