Unter Sonnenicht [Privado]

Dejó escapar un suspiro en cuanto sintió la fresca brisa del mar golpeando su cuerpo suavemente.

Contempló todo a su alrededor. La enorme playa llena de turistas o lugareños, cada uno concentrado en diferentes actividades y en las enormes olas que se formaban a lo lejos en el mar. Sonrió un poco, mientras que tomaba su mochila y caminaba por la cálida arena, en busca de un lugar tranquilo dónde acostarse para tomar el sol.

¿Hacía cuanto que no iba a la playa? Ya había perdido la cuenta de los años, pero estaba segura de que eran muchos. Con todo eso de las Guerras, Unificaciones y Crisis Económicas, no había tenido tiempo para relajarse un poco, hasta ahora. Le había pedido a sus hermanos que la acompañasen, pero cada uno le había puesto pretextos diferentes y a la última hora, ella había tenido que ir sola al lugar.

Volvió a suspirar. Bueno, al menos tendría un tiempo para sí misma.

Mientras que caminaba por la playa, pudo sentir las miradas de los hombres sobre su figura. Miradas que ella ignoró olímpicamente, puesto que estaba acostumbrada a que los hombres (e incluso algunas mujeres) vieran cierta parte de su anatomía. No es que a ella le gustase tener mucho pecho, pero era algo con lo que tenía que aprender a... "vivir". Después de buscar, al fin encontró un lugar algo apartado y tranquilo. Extendió la toalla en la arena, bajo la sombra una palmera y dejó su mochila a un lado, para después acostarse boca arriba. Pensó en quitarse la camiseta y el short que traía puestos encima del traje de baño, pero todavía no pensaba broncearce, por lo que simplemente cerró los ojos y decidió relajarse un rato.

Ya se había quedado dormida mientras que disfrutaba de la calidez del sol sobre su cuerpo. Ajena estaba a todo, que no sintió cuando alguien se tropezaba con ella... hasta que aterrizaron en sus pechos.

Sus ojos se abrieron de golpe, mientras que diferentes tonalidades de rojo cruzaban por su rostro y un par de gemidos escapaban de su boca. Lo primero que vio fue rojo, y tardó un poco en darse cuenta de que era el cabello de la persona que había quedado con la cara enterrada entre sus pechos. Lo apartó con un solo empujón, para luego ponerse de pie y cubrirse con sus brazos, avergonzada.

- ¡¿Pero qué demonios te pasa, idiota?! - chilló, molesta. ¿Quién demonios se creía él para tocarla de esa manera? ¡Ni lo conocía!

Un ligero tic apareció en uno de sus ojos, mientras que sonreía algo forzada y una venita se resaltaba en su sien.

Odiaba eso. Odiaba que la gente le mirase "allí" y nunca a la cara. ¿Qué acaso no habían visto los pechos de alguna mujer en su vida? Siempre era lo mismo, y por más que tratara de ocultarlos, de una manera u otra las miradas de las personas se desvíaban hacía esa parte de su anatomía.

- ¿Se puede saber qué tanto miras, Saukerl*? - preguntó, colocando sus manos a ambos lados de su cintura y mirándole con el ceño fruncido. Oh... ¿dónde estaba su preciada 9mm cuando más la necesitaba? Ese idiota merecía un castigo.

Podía no ser tan femenina como le gustaría ser, pero si algo había aprendido es que los hombres debían de respetar a las mujeres, fuesen como fuesen. Y aquel chico lo iba a hacer, costara lo que costara.

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Saukerl: Cabrón.

Seguía sintiéndo la mirada del chico sobre su persona, y eso le molestaba más y más. Agradeció el no haberse quitado todavía la ropa que usaba sobre el traje de baño, o de lo contrario... No quería pensar en lo que estaría haciendo y/o pensando el chico en esos momentos.

La pregunta de él le hizo extrañarse un poco. ¿Cómo sabía que era un país... o algo cercano a uno? Parpadeó un par de veces, mientras que enarcaba una ceja y se cruzaba de brazos.

- Soy una capital - respondió -. Berlín - estuvo a punto de utilizar el segundo nombre con el cual la habían conocido durante toda la Guerra Fría, "Berlín Oeste", pero desde que su hermana había dejado de ser la parte Este de la Ciudad, ella se había visto obligada a llamarse simplemente por ese nombre.

Sin embargo, siempre se consideraría Oeste, y Maria siempre sería Este. Suspiró mientras que negaba un poco con la cabeza, olvidándose de su enojo momentáneamente.

- ¿Y tú? ¿Te conozco o algo así? - preguntó, mirándo al chico fijamente y tratando de hacer memoria.

Ladeó un poco la cabeza, sin poder reconocerle aún. No fue hasta que escuchó la palabra "danés" que algo hizo click en su cabeza. Recordó al chico en un instante, sí, pero juraba que antes no usaba aquel parche en el ojo... ¿le habría ocurrido algo? Decidió no preguntarle, puesto que aquello no era de su incumbencia.

- Bent Densen, ¿cierto? - preguntó, queriendo cerciorarse de que aquel era el nombre humano del chico -. Soy Louise Beilschmidt - se presentó cordialmente, tendiéndole una mano a manera de saludo.

Bien, tal vez el chico le caía un poco mal, pero le habían enseñado a ser educada aún con su peor enemigo... o en este caso, con un chico pervertido que no dejaba de mirarle los pechos. Suspiró un poco cansada ante ese pensamiento. Hombres se dijo en su mente.

Frunció el ceño. No por el tono burlón en la voz del danés, sino por el término que uso para referirse a ella. "Señorita". Nadie, salvo él podía llamarle de esa manera. Agradeció mentalmente que soltase su mano rápidamente, puesto que no le agradaba tocar su piel. Le hacía sentir extraña.

- ¿Mis hermanos? - enarcó una ceja, confundida. ¿Para qué preguntaba por Ludwig o Gilbert... o Maria? Dudaba que ellos le conocieran -. Nein, no están, ¿por qué lo preguntas? - dijo, algo mosqueada.

No entendía porqué, pero había algo en el chico que simplemente le hacía sentir... molesta. Ignorando el hecho de que su primer "encuentro" no había sido del todo agradable y que él la había llamado señorita, el pelirrojo tenía algo que le hacía querer golpearlo hasta cansarse.

Vamos Louise, que tú no eres así Se dijo mentalmente mientras que suspiraba y se acariciaba el puente de la nariz. Tal vez el sol le hacía estar de mal humor. Sí, debía de ser eso... Su mirada se posó sobre las olas del mar, pensando que tal vez le haría falta el irse a refrescar un poco.

Bien, aquella pregunta no se lo esperaba. Ignoró que el otro había pasado de largo su pregunta, puesto que eso sólo la haría enojar más. Y se suponía que había ido a aquel lugar a descanzar, no a golpear y enterrar seis metros bajo la arena a un estúpido pelirrojo.

- ¿Eh...? ¿Qué pregunta es esa? - contestó, mirándole como si fuese algún anormal o algo así. Soltó un bufido de molestia y se agachó para recoger sus cosas. Aquel danés le había arruinado el día, lo mejor sería ir a la taberna más cercana y desahogarse con un par de cervezas heladas... - Mira, Hjørring, no sé qué tengas que ver tú con mis hermanos, pero déjalos en paz, verstehst du*? - frunció el ceño, molesta, tratando de que su amenaza no sonara como a una simple advertencia.

Se colgó su mochila en el hombro y comenzó a caminar lejos de él. Mientras más lejos estuviera pronto del tal Bent ese, mejor para ella y su salud mental.

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Verstehst du?: ¿Entiendes?

Iba sumida en sus pensamientos, imaginándose bebiendo una fresca cerveza alemana o llendo a algún cine cercano para tan siquiera, aprovechar su momento de relajación. O bueno, eso pensaba hasta escuchar la voz del danés, la cual le hizo pegar un ligero brinco.

Se detuvo de golpe, furiosa. No sólo por el hecho de que el otro la había seguido, sino porque se había atrevido a llamarla linda. Nadie, pero nadie, le decía eso a una Beilschmidt y vivía para contarlo. ¡¿Quién se creía él para decirle de aquella manera?! ¡Ni que fueran... pareja o algo así!

- ¿Cómo... me lla-llamaste? - murmuró, volteando ligeramente sobre su hombro, con la mirada oculta bajo su flequillo. Una sonrisa macabra adornaba sus labios, mientras que una venita resaltaba en su sien.

Sus musculos se tensaron casi de manera inconsciente, preparándose para comenzar a pelear. Se volteó, mirando con odio profundo al chico.

- Vuelve a repetirlo, blödmann*, y será la última vez que puedas estar en dos pies - le amenazó, señalándole.

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Blödmann: Imbécil

Esa fue la gota que derramó el vaso.

¿Acaso no quería pelear con ella por considerarla mujer? ¡Y encima le había vuelto a decir Señorita! Comenzó a reír un poco, bajando la mirada. Al final, volteó a ver al chico con una sonrisa, y antes de que el otro pudiese reaccionar, lanzó su puño contra él con más fuerza de la debida. El golpe fue certero, y dio directamente en una de las mejillas del danés. Respiró algo agitada, tratando de calmarse para evitar lanzársele y molerlo a golpes, como había querido desde un principio.

- ¡¡Eres un idiota!! ¡Aléjate de mi familia! - gruñó, molesta como nunca antes.

Antes de cometer alguna cosa de la que se pudiera arrepentir más tarde, se dio la vuelta y comenzó a caminar lejos de él, dando grandes zancadas para aumentar la distancia. Los chicos que momentos atrás la habían estado comiendo con la mirada, se apartaban rápidamente de su camino, temerosos porque los golpease como al pelirrojo.

- Scheiße... - farfulló. Bien, plan C, regresaría a casa y olvidaría que alguna vez conoció a ese idiota de Bent.

Su andar se vio interrumpido nuevamente al sentir como le sujetaban de la muñeca. Se giró rápidamente, mirando al chico con un odio profundo y alzando nuevamente su puño.

- ¡¿Y ahora qué...?! - comenzó a decir, pero al escuchar la pregunta del otro, su rostro pasó de tener una mueca de ira a una de desconcierto total. Parpadeó un par de veces, para luego mirarle como si estuviese borracho -. ¿Ah? - fue lo primero que se le ocurrió decir - ¿Qué clase de pregunta es esa?

¿Y por qué estoy pensando en Andrei? Se preguntó mentalmente, sonrojándose casi sin darse cuenta. No, ella y el rumano simplemente eran conocidos, nunca había pasado nada entre ellos. Negó con la cabeza y frunció el ceño, para luego soltarse del agarre del danés.

- ¿Y a ti qué te importa si tengo novio o no? - murmuró, cruzándose de brazos.

Siguió mirándole sin entender nada de lo que hablaba. ¿Encargarse de él? ¿Quitarse estorbos de encima? ¿Pero qué demonios se había fumado este tipo antes de aparecérsele? Suspiró, sobándose el puente de la nariz, algo frustrada.

- Mira, no entiendo nada de lo que me estás diciento. Aléjate de mí, ¿quieres? No te conozco y ya me tienes harta - gruñó, colocando ahora sus manos a ambos lados de su cadera.

Lo odio, lo odio, lo odio, lo odio... Se repetía en su cabeza, tratando de que el impulso de querer golpearlo se pasara rápidamente y que el chico captase el mensaje de que quería estar sola. No se haría responsable por los daños que podría ocasionarle al pelirrojo si volvía a decir un comentario estúpido...

... como ese.

El tic que momentos atrás había desaparecido volvió a su ojo. Rió, nerviosa, y sin pensarlo dos veces se le lanzó al chico, derrumbándolo, para luego comenzar a golpearlo con todas sus fuerzas en la cara. La gente, en vez de acercárseles para separarlos o echarles porras, se alejaban rápidamente de allí, temerosos de ser testigos de algún asesinato.

La alemana, por su parte, simplemente se encargaba de descargar toda su ira en cada golpe, sin importarle mucho si mataba o no al chico.

Cayó de cara hacia la arena, logrando detenerse a tiempo con las palmas de las manos. Volteó a ver con furia al muchacho, preparándose para ponerse de pie y seguir con los golpes -e incluso tal vez, unas cuantas patadas en cierta zona de la entrepierna-, hasta que escuchó eso último.

El tic en su ojo incrementó, y por un momento su consciencia se preguntó si eso no sería ya permanente. Soltó un grito ahogado, cargado de furia, mientras que alzaba las manos y fingía ahorcar al otro.

- ¡Eres.... eres...! ¡¡ARGH!! - dejó caer los brazos a sus costados, y le mandó una mirada que, si fuese posible, ya lo hubiese dejado seis metros bajo tierra (arena en este caso). Soltó maldiciones en su idioma natal, mientras que comenzaba a sacar su toalla nuevamente de su maleta y la extendía sobre la arena.

Bien, estaba en claro que el danés ese no pararía de molestar y que la seguiría fuese a dónde fuese - no dudaba que hasta al baño -. Así que, lo mejor sería seguir con su plan principal y tratar de relajarse tanto como el pelirrojo le permitiese. Se quitó la poca ropa que traía encima de su traje de baño - el cual tenía los colores de la bandera alemana, regalo de su hermana - y la guardó en su mochila, para luego sacar su protector solar.

Se untó un poco en las manos, para luego comenzar a ponérsela sobre su piel marcada con aquellas cicatrices de guerra que no le daban pena mostrar, aunque tampoco eran un trofeo como para alardear. Al igual que con sus pechos, ella había aprendido a vivir con aquellas marcas desde que tenía memoria, y desde la primera vez que aprendió a usar una espada.

- ¿Qué tanto ves? - preguntó, aún sin voltear a ver al danés. Sentía su mirada sobre su cuerpo, y no estaba segura si veía sus cicatrices o sus senos. De cualquier manera, recibiría un golpe, de aquello estaba segura.