¡Alto el paso! Habitación 405, ¡Propiedad argentina! (Privado - R+18)

Nunca imaginé que algo podría llegar a ser tan doloroso y placentero al mismo tiempo. No me equivoqué, dolió, dolió muchísimo, pero valió la pena.

Lo vi desplomarse a mi lado, exhausto, y una increíble felicidad y tranquilidad me invadió cuando oí aquellas palabras. Como pude, logré abrazarlo y hacernos girar para poder recostarme sobre su pecho. Aspiré satisfecha el delicioso aroma que emanaba su piel, sin dejar de pensar en eso. Ahora era suya, completamente suya... y él, mío.

Estaba realmente contenta, ya que finalmente logré entregarle mi más preciado tesoro a la persona que en verdad amaba, al indicado. Porque Martín nunca me dejaría, nunca me levantaría la mano, nunca me haría daño... Y sin darme cuenta, apreté con fuerza las sábanas al ser invadida por ese molesto recuerdo.

-Che, Martu...- Lo llamé con la respiración agitada, elevando un poco mi rostro para mirarlo a los ojos. Hubo un breve silencio en el cual nuestras miradas intentaban descifrar la mente del otro, hasta que finalmente me rendí y me atreví a preguntar. -Vos nunca vas a lastimarme... ¿Verdad?

Por más que ya sabía la respuesta... necesitaba oírlo, quería escucharlo diciéndolo él mismo.

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Nahh, Pau, ¡Me encantó! 8D

La pregunta de Romi me había dejado algo descolocado, la conocía muy bien como para saber que algo malo le había sucedido anteriormente, y eso no me agradaba nada. Sin embargo, sabiendo que si la presionaba huiría como un conejito despavorido, intenté arrullarla con mis palabras. -Romina, damita.- le dije, haciéndola sonreír levemente. Besé su frente y elegí mis palabras con pinzas.

-No puedo prometerte que no sentirás dolor, porque es parte del amor...Lo que puedo prometerte es que yo nunca te lastimaré con intenciones de hacerlo. Y que te amo sinceramente, desde que salí de casa. Yo en verdad extrañaba tu piel.- le expliqué lentamente, como quien lo hace con un niño pequeño.

Acaricié su cabeza por largo rato, en silencio, acostumbrándonos a los cambios recientes, y descansando del más puro acto de amor proclamado, aun sin caer en la realidad de ser de la misma sangre, hermanos. Sino, viviendo el hermoso momento tras nuestras confesiones. Besé sus labios una vez más y decidí que quería hacerla sonrojar nuevamente. -Che, mi Romi ¿te gustó?- cuestioné con una risita que se que escapó. -Soy tan bueno en ello.- proclamé, y esperé su respuesta...Pero aún diciendo aquello, una duda muy grande me asaltaba...¿Qué era ahora yo para ella?

Romi conejita lol

El leve temblor en su voz y la tristeza de sus ojos ya me indicaban que algo no iba bien encaminado en sus pensamientos. Era algo que ella solía hacer a menudo cuando ocultaba sus secretos de mi, por lo que no desconocía esos pequeños signos imperceptibles para los extraños, mas que para mi, eran totalmente claros. Y no era algo que podía dejar pasar así nada más, podía leer en su rostro que no era para nada bueno. Pero antes de poder seguir indagando, hizo una pregunta al azar, a la que contesté rápidamente para concentrarme en sonsacarle información.

-Ya sabés, siempre hay muchachas por ahí rondando cerca de mi, inevitable pues soy hermoso.- bromeé, logrando hacerla sonreír de forma sarcástica. -Pero nadie ha llegado a mi corazón como tu, Romi. La verdad nunca entendí por qué ninguna de esas lindas chicas me atraían. Creo que ya sé la razón.- Ella desvió la mirada nuevamente, como si hubiese escuchado algo similar antes...Y creí entender por dónde iban sus más profundos miedos, un chico. No cualquier chico, sino alguno que le había hecho sufrir. Me hirvió la sangre, por lo que tuve que apretar los puños con indignación para liberar un poco de tensión...¿Quién había dañado a mi linda Romina?

Sin moverme mucho, me senté en la orilla de la cama e hice que ella se incorporase conmigo, a mi lado. -Romina, escúchame una sola cosa ¿Si?- al parecer la seriedad con la que hablé la sacó de su ensimismamiento y la asustó a la vez. -No pienses que no me doy cuenta de que algo escondés. Y creo saber qué es. No te pediré que me lo digas, preciosa, pero quiero que tengas en claro que yo ahora...tú y yo somos... - me detuve sin saber cómo explicarlo. Así que por toda respuesta la besé suavemente. -Y no dejaré que te dañen.- sentencié.

La forma suave y tierna en que deslizaba entre mi piel me parecía el recuerdo de los viejos tiempos de caramelos y fútbol en un hogar donde no nos hacía falta nada, pues nos teníamos. Ambos, nos pertenecíamos desde hace mucho tiempo, desde que habíamos nacido, habíamos compartido todo.
De alguna forma las cosas habían llegado hasta este extremo sin retorno, del que parecía no arrepentirme en lo más mínimo.

-Hey, mi grossa hermanita.- por un momento extrañé apretar sus mejillas, por lo que no me contuve y jalé su rostro un tanto, riéndome como un niño pequeño, mientras ella se enojaba, pero no detenía mi acción.

Y el silencio prevaleció. Ya no eramos niños, y aquellas manos que tenían apresado su rostro, ahora lograban alzarse en una caricia profunda, íntima, que no eran de los Hernández. De Romina, y, el grosso, Martín. -Te amo.- solté sin darle muchas vueltas, y comencé a jalar su cabello para distraerla. -¿me dejás peinarte, preciosa rubia?- Pregunté, y en el instante, me apoderé de mi cepillo de pelo especial.

Juro que lo intenté ;o;

Cepillé su pelo hasta que quedó totalmente liso, como antes de nuestras acciones en mi cama. (En ese momento mi grossa persona se sonrojó) -Tan hermosa como siempre, aunque no tanto como yo, claramente.- dije, dando por acabada mi tarea, y bromeando un poco, para bajar el calor que inundaba mi piel ante los recuerdos, y el inminente deseo de volver a probar un poco de sus labios.

De pronto, recordé que no había comido nada, solo había bebido mate, y me sentía realmente hambriento. -Che, Romi ¿Tenés algo de comer? Muero de hambre.- lloriqueé aferrándome a ella infantilmente, esperando una respuesta afirmativa. Extrañaba los dulces de manjar que comprábamos en la pastelería cerca de casa, sin embargo, pensando en eso, la verdad sólo extrañaba la compañía y las sonrisas de aquel entonces. Quizá ahora era lo mismo, sin tanta inocencia de por medio.

-¿Me sonreís?- le pregunté espontáneamente a mi amada Romina,.

Di un rápido vistazo a los dulces que me ofrecía despreocupadamente Romina y sonreí una vez más. -¿Qué pasa si elijo este?- pregunté y la jalé hacia mi esperando por una reacción. Era bastante divertido jugar y coquetear con ella de esa forma, la verdad imaginarme haciendo eso con mi propia hermana, antes, que hubiese parecido imposible.

Elegí uno de mis tan apetecidos alfajores, luego de deleitarme con la expresión desconcertada de mi amada rubia, disfrutando del sabor de los recuerdos a flor de mi hermosa piel. Saboreando el tierno dulzor deshacerse en mi paladar, volvían a mí las imágenes de cuando había desaparecido de casa unos días por una discusión con nuestros padres, y posteriormente la bofetada de papá, y el abrazo cálido de mi eterna compañera.

Miré a Romina con ganas de moverme un poco, de disfrutar y reír como antes, de dejar atrás los recuerdos amargos y perdernos en el momento fecundo. Fue entonces cuando, aun devorando el alfajor ávidamente, encendí el iPod, eligiendo una canción alegre al azar. Sonaba "Te quiero comer la boca" -Muy exacta.- mascullé, y la tomé de la mano suavemente, levantándome en el instante. -¿Bailamos?- pedí, con modales aprendidos durante muchos años de galantería, y sin quitar la estúpida sonrisa que florecía con nada.

Me reí un instante. -Es insano esconder tanta belleza ¿No creés?- Hice que se levantara y comencé a moverme sugerentemente, causando varias carcajadas por parte de ella. -Mi baile tan sensual hace que te pierdas en la realidad, querida, por eso ríes.- La justifiqué y jalé de ella para que no se quedara atrás y siguiera el ahora lento sonido de un piano que descansaba en el I-pod.

Si, la mezcla de música era muy grande allí. Mas ahora me era bastante útil, pues sorprender a Romi con distintos ritmos era mi meta ahora. Distraerla, disfrutarla, quererla en cada paso, amarla en otro vaivén. Me sentía dentro de una burbuja muy resistente, que me envolvía y me hacía vivir de nuevo.

Moviéndonos, riendo y viviendo, pasó la tarde efímera ante nuestros ojos despreocupados, desprovistos de tristeza u obligaciones por cumplir. ¿Años sin vernos? Días imposibles, que no ocurrieron nunca en esa fusión de piel, música y risas. Danzando sin sentido en contra de los sonidos que pasaban de guitarras pesadas a pianos suaves, de bailables alegres a melodías lentas.

Un mundo de algodón del que sólo pareció sacarnos la noche. -Es tarde.- murmuré entrecortadamente, agitado por el ejercicio del baile continuo. Ella tenía los párpados cerrados, y la luna rozándole el cuerpo. Fue cuando supe que no podría dejar a esa mujer.

-Le da un ataque y muere x.x-